Claro que puedo crecer y puedo hacer que estas piedras en el camino se hagan escalones hacia una cima que se desdibuja cada vez que me concentro en ella... porque el camino se disuelve y se vuelve de agua y me arrastra hasta lugares que ni siquiera sabía que existían.
Y mientras floto tranquilamente hacia ese valle que tan bien conocía y que llegué a conocer entrañablemente, me doy cuenta de que hoy el río se detuvo y me empujó sobre una playa llena de atardeceres y de soles que dibujan rayos naranjas y amarillos en un horizonte que me rodea de lado a lado. El mar se vuelve etéreo, como el aire, y me llena los pulmones con un oxígeno que hacía rato que añoraba y que había olvidado cuánta vida que encerraba.
Y puedo respirar agua, porque siempre fui agua, porque me puedo ver a trasluz y deshacerme en rocío...
Sangro agua y sangro arena, y me veo al espejo esperando encontrar a un ser cristalino... Pero es de carne... Y sólo ahí entiendo que estuve años deseando pisar tierra, besar el aire, oler los bosques. Perder la inmortalidad por un instante duele, pero el desafío de sentir ese dolor, de aprender de él, de guiñarle un ojo cuando los símbolos nos hablan con el mismo lenguaje... Eso hace que tengan sentido las miles de inmortalidades que, trenzadas en un cordón infinito, unen la tierra y el cielo, tu río, mi río y aquel mar de los mil soles.