Con alas recortadas en un cristal hecho de seda, Clara dejaba salir ese torrente multicolor que encerraba su cuerpo y hacía que el sol dibujara arco iris sobre las sombras.
La suya propia era iridiscente y no color sombra como todas las demás. Es que Clara llevaba una libélula prendida en el alma y uno no podía mirarla a los ojos sin ver esas chispas de magia que reverdecían desde su interior.
Había aceptado su destino de libélula y, si bien el camino había sido tortuoso y demasiado largo, hoy podía vernos desde el aire y salpicarnos gotas de transformación con cada palabra.

Clara, la que compartía los secretos del agua, había nacido 73 años atrás, en una tierra empantanada, cubierta de sauces llorones y troncos enmohecidos, resquebrajados por el ulular de un viento que azotaba, monótono, sin cambiar ni una sola pincelada del paisaje.
Había aceptado su destino de libélula y, si bien el camino había sido tortuoso y demasiado largo, hoy podía vernos desde el aire y salpicarnos gotas de transformación con cada palabra.

Clara, la que compartía los secretos del agua, había nacido 73 años atrás, en una tierra empantanada, cubierta de sauces llorones y troncos enmohecidos, resquebrajados por el ulular de un viento que azotaba, monótono, sin cambiar ni una sola pincelada del paisaje.
Su capullo se había perdido entre el lodo y fue ninfa del agua, al igual que todas las libélulas, largos años hasta encontrar sus alas.
Fue aprendiendo a despojarse del pasado, de los miedos, de las culpas, de un futuro incierto aunque plagado de funestas certezas, y en ese desnudarse, encontró la liviandad que necesitaba para habitar su nuevo mundo: el aire.
Fue aprendiendo a despojarse del pasado, de los miedos, de las culpas, de un futuro incierto aunque plagado de funestas certezas, y en ese desnudarse, encontró la liviandad que necesitaba para habitar su nuevo mundo: el aire.
Y transformó su cuerpo para aventurarse en un universo que le era desconocido. Con temor, aunque con mucha osadía, se dejó arrastrar por la vida como una balsa sin remos, a la deriva de una voluntad que envolvía la suya.
El barro dio lugar a una fuerte correntada y, entre remolinos y rompientes, llegó a una cascada de espumas donde se terminó de repente el mundo que le era tan opresivamente familiar.
Con bocanadas desesperadas, pero con una ansiedad que la comprimía y la alargaba como un resorte, sintió cómo una mano gigantesca la robaba del agua y la dejaba pendiendo en el aire. Desde allí, podía ver su reflejo en el agua, su aletear ligero y sutil, sus colores, su fuego.
Era una nueva mirada sobre su vida, una misma Clara, pero más despierta, más consciente de su papel en este enorme juego de los opuestos.
Era una nueva mirada sobre su vida, una misma Clara, pero más despierta, más consciente de su papel en este enorme juego de los opuestos.
Una libélula adulta con todo un pasado de ninfa de agua a sus pies y un futuro de alas multicolor por delante. Una venda apelmazada y raída se le había caído de los ojos y ahora podía ver un mundo sin velos, sin engaños... estaba del otro lado del espejo.
Su andar liviano y etéreo iba grabando las líneas de un mapa en el que cada uno jugaba un papel demasiado importante como para no verlo. Sin embargo, necesitaban poder verlo desde el aire.
Su andar liviano y etéreo iba grabando las líneas de un mapa en el que cada uno jugaba un papel demasiado importante como para no verlo. Sin embargo, necesitaban poder verlo desde el aire.
Y, por ahora, todos seguían siendo criaturas del agua, como Maya, o tenían las manos cargadas de esmeraldas, pero las habían enterrado como un tesoro de piratas.
Ay, Rafael… Clara sólo podía ofrecer un destello de claridad, una linterna en la noche, un ovillo de hilo plateado en un laberinto de piedras salitrosas.
En algún momento, los secretos comenzarían a flotar; en alguna esquina, el mapa se iba a levantar del papel y les iba a caer en la frente como una revelación.
Mientras tanto, entre sueños, les susurraba a todos al oído palabras que dibujaban otras realidades, otras dimensiones, les mostraba pantanos de agua clara, con muchas otras ninfas, y cielos multicolores, con muchas otras libélulas de alas de seda. Y ellos sonreían cuando la escuchaban.
Mientras tanto, entre sueños, les susurraba a todos al oído palabras que dibujaban otras realidades, otras dimensiones, les mostraba pantanos de agua clara, con muchas otras ninfas, y cielos multicolores, con muchas otras libélulas de alas de seda. Y ellos sonreían cuando la escuchaban.
Pero llegaba la mañana y, al ver la libélula en la ventana, sólo se asomaban para ver si las nubes traían aires de tormenta, mientras seguían caminando con el agua lodosa pegada a los pies.